Energía Extática Cream

En el pueblo donde los relojes siempre se atrasaban, había una estación de tren que nunca recibió un tren. Los rieles estaban oxidados, cubiertos de hierbas, y sin embargo cada mañana, cuando el sol apenas tocaba los techos de zinc, un rumor recorría el aire.

Los primeros en notarlo eran los niños: el viento traía la frescura chispeante de la bergamota, el filo vibrante de la pimienta negra y la calma serena de la lavanda, como si el tren fantasma anunciara su llegada invisible.

Los muros de la estación exhalaban otro aroma: un eco de cedro y patchouli, que llenaba los andenes vacíos con la ilusión de maletas, abrazos y despedidas que nunca habían ocurrido.

El suelo húmedo parecía latir con un corazón de sándalo, el aire guardaba un murmullo y de los rieles emergía un resplandor de madera de guayaco, cálido y persistente.

Los ancianos decían que esas oxidadas vías llevaban consigo la nostalgia de todos los caminos que nunca llegaron a ningún lado. Los que despertaron soñando con ciudades desconocidas, con la fuerza de empezar de nuevo, como si un tren secreto los hubiera dejado justo en el andén de su propia vida.

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