En el pueblo donde yo crecí hubo una época de sequia. Pasaron meses sin que el agua tocara nuestras tierras.
Allí mismo vivía una mujer que todos conocían, Doña Martica.
Nadie sabía de dónde había salido ni por qué había decidido quedarse entre nosotros. Pero se decía que había nacido vieja, cansada y con las manos llenas de secretos.
Vivía sola, y su carácter era tan duro como las piedras del rio: reprendía severamente a los niños, reventaba los balones que pasaban por la calle y hasta les tiraba agua a los perros que ladraban.
Pero, cuando el cielo se abría y empezaba a llover, Doña Martica cambiaba. Salía con cubetas, tinajas y vasijas que colocaba en toda la calle, como si recogiera un tesoro invisible. Sus faldas deshilachadas se empapaban en el barro, y sus tobillos hinchados parecían hundirse en la tierra como raíces vivas.
Y entonces sucedió lo inexplicable: esa misma tarde, el pueblo entero se seco. Mientras el aire se llenaba de especias, flores y maderas provenientes del rancho de Martica, las nubes abandonaban el pueblo por mucho tiempo, como si cada gota de lluvia hubiera destilado un secreto que solo ella conocía.
Doña Martica no poseía tesoros de oro ni de plata, pero en ella habitaba el poder mas grande del pueblo. Tras aquellas paredes oscuras custodiaba frascos y vasijas donde reposaban extractos de flores, cortezas y raíces.
De sus manos y de las danzas de vapor que nacían en sus ollas brotaban remedios, cremas, polvos y fragancias, con cada gota destilaba un pedazo del paraíso.
Quienes pasaban cerca de su ventana decían sentir un aroma distinto cada día. Un secreto cada mañana, la chispa punzante de la pimienta negra, la dulzura de la piña. Al caer la tarde, el humo del tabaco y el amargor cálido del café llenaban el aire de nostalgia, como si ella tuviera en sus manos la salvación del pueblo.
Había noches en las que encendía lámparas de aceites, y entonces la plaza entera parecía un santuario de aromas: pachuli y maderas secas daban fuerza a sus pociones; iris y ámbar suavizaban las penas de los enfermos; vainilla y benjuí acariciaban las almas cansadas, y un último susurro de ládano quedaba suspendido, a mitad del pueblo, acompañando a los mas solitarios.
Nadie sabía si Doña Marta era bruja, curandera o simplemente una mujer. Cada frasco que preparaba contenía algo más que fragancias o remedios; en ellos habitaban fragmentos de esperanza, cicatrices antiguas y silencios que encontraba el alma de quienes buscaban.
Cuando el cielo olvidó al pueblo y la lluvia dejó de caer, muchos temieron pero Martica se mantuvo firme.
Una tarde salió a la plaza, levantó una jarra vacía y, mirando al horizonte, dijo:
— “No teman, el cielo escucha a quienes confían”
Esa misma noche, contra toda certeza, llovió.
Inspired by Asad Men de Lattafa: an alchemy that binds memory, skin, and eternity.
Weight | 0,5 kg |
---|---|
Dimensions | 14 × 14 × 15 cm |
Size | Cream – 190 ML, Cream – 250 ML, Cream – 400 ML, Perfume – 110 ML, Perfume – 50 ML |
Reviews
There are no reviews yet.